24.12.15

Hoy

Una vez me dijeron que si no sabía lo que sentía o no sabía cómo sentirlo, que lo escribiera. Sobre lo bueno o lo malo, sobre la guerra, el amor, el sexo, el orgasmo. No importa si el príncipe azul estaba de paso o si el hombre del saco quería quedarse. Que lo escribiera, en verso o en prosa. Qué más daba. Que me lanzara aurícula dentro con destino ventrículo izquierdo. Directa al alma. Y hoy estoy en sangre.
La vida me ha comprado 20 años que no he sabido utilizar. Aunque sí que he aprovechado. He amado hasta sentir que mi piel pertenecía a otro cuerpo, y he sufrido hasta creer que la salida de emergencia no sonaba tan mal aunque no fuera opción. He cometido errores. Y vaya orgasmos. Perdón, vaya errores. La vida me ha vendido a precio de pistola y bala más de una lección, más de un monstruo que a día de hoy me atemoriza, me acuchilla. Y yo aquí, sin poder gritar.
Y ahora es el momento de coger al toro por los cuernos. O mejor aún. Es hora de coger a la vida por los huevos y aceptar, que el miedo no me va a dar más sonrisas, ni más caricias, ni más orgasmos, ni más besos. Y que si le planto cara, quizás, solo quizás, el gato no muera por la curiosidad. Si no que sea esta, la que se desangre entre las garras del gato.

Y puede ser, 
que entre línea en prosa y verso,
descubra al fin 
que la vida aún va a comprarme más años,
y más pistolas, 
y más balas,
pero que solo yo decido
por quién apretar el gatillo.

9.6.15

Cristalización.

Con tormenta en los ojos y arena en la boca. Con un cerebro que tiene como manía el dibujar monstruos en cada ser amado. Digo monstruos por no decir miedos. Con las manos cosidas por la inseguridad. Con la certeza de quien lo ha dado todo y se ha quedado con lo único que nadie le puede robar; la desnudez de las grietas que con puntos sin anestesia ella misma tuvo que coser. Con gritos entre vértebras. Y lágrimas entre costillas. Un esternón que está cansado de la hiper-ventilación de unos pulmones que quedaron más secos y vacíos que los mismos surcos de Marte. Porque todo líquido fue expulsado por la verde pupila que terminó por evaporarse a falta de algo (o alguien) a quien observar. 

Si total, ya he estallado a corazón abierto. He llorado sin taparme la cara. Cada grito que he pegado ahora suena a cristales rotos por dentro. Le he llorado a esos miedos. A esos monstruos. Que con unas de sus mejores caras consiguen la calma para luego engañarme. Y romperme. En mil pedazos. Otra vez. Y con la inseguridad cosida a mis manos, me abrazo. Y aprieto tan fuerte que escucho crujir a ese esternón destruido, a esas costillas ahogadas. Y me oigo a mí misma, desgarrándome la voz desde el ventrículo izquierdo, diciendo que quiero salir. 

Los abro. Los ojos. Despacio. Me sirvo una pequeña dosis de lo poco que me queda dentro. Con dos hielos y limón. Y hierbabuena. Y brindo por todo lo malo que sé que me queda por sufrir. Porque por lo bueno ya brindaré. Con ginebra del malo, pero a grandes escalas. Y sin ganas, sin ropa y con resaca emocional me vuelvo a mi ventrículo, a esconderme de mi cerebro y sus pinturas tan brillantes y tan impactantes. Por no decir aterradoras. Tiro todo de nuevo por la pupila y le devuelvo a mis ojos, el estruendo de la tormenta. Tormenta que no quiere abandonar. 

14.3.15

Ella.

Se levanta cada mañana con las esperanzas renovadas y las ojeras multiplicadas por diez. Se mira al espejo y descubre en él a la durmiente que nunca fue bella, hasta conseguir reflejar la cara que la sociedad quiere ver. 

Pasa la mañana fingiendo serenidad y vitalidad, gobernada interiormente por una ilusión. Una que solo vive en su cabeza, en silencio. Pero ella sueña con un momento horas después, cuando el silencio se rompe y todo cobra sentido. Pero las agujas del reloj siguen girando y todo se vuelve a desvanecer. Y así sucesivamente a lo largo del interminable pero finito día.

Y cuando llega la hora de dormir, ella se mete en la cama con su ilusión muy cerca, en su cabeza y entre sus pulmones, rezando y pidiendo a los cielos que en el despertar siguiente su ilusión cobre un poco de realidad, y que la soledad sea más pasiva con ella.

Ella solo pretende no resquebrajarse más. Recomponerse. Volver a ser la chica de la ilusión cogida de la mano.

22.1.15

A la tercera va la vencida.

Como una niña pequeña, de cuclillas, soplo frente a la tapa llena de polvo de un libro. Con poca luz y medio a oscuras, empiezo ya a preguntarme ¿pero cómo fui tan tonta?

"Querida yo a los 14. Tírate de una vez a la piscina. Móntate en la bicicleta y aprende a caerte sin miedo. Sal más. Llora menos. No te martirices a ti misma porque nadie te besó con real sentimiento, piensa que solo tienes hormonas masculinas bailando alrededor de ti. Grita más y escóndete menos. Ten cuidado con esa arpía, hoy te dice que eres su mejor amiga pero mañana se irá. No le des ni un solo trocito de ti, o se terminarán llevando hasta la última costilla que te quede. 

Querida yo a los 16. No te obsesiones. No confundas el amor con un capricho. No creas que lo sabes todo y déjate ayudar. No malgastes tu tiempo en un par de ojos y un montón de pestañas. Tan solo es un cara bonita. Tan solo es un humano más sin humanidad. Querida yo a los 16, no te enamores.

Querida yo a los 18. Desmelénate. Haz locuras y no pienses las cosas dos veces. Entrégate, pero ten cuidado. No des más de lo que tienes ni recibas menos de lo que mereces. Mantente firme, no des tu brazo a torcer. Disfrútala, visítala, o cuando quieras hacerlo ya será tarde. Sé fuerte. La tormenta es eso que definen como aquello que precede a la paz. A la libertad.

Querida yo a los 20. No le pierdas, por favor. ¿Qué me tienes preparado? Dame pintalabios corridos y dolor de pies; dame trenes, aviones, autobuses. Dame orgasmos, sexo y rock and roll. Prométeme que vas a aprender, que dejarás de ser idiota. Júrame que aprobarás, y que irás a la playa, te pondrás morena y pasarás de los demás y pasearás tu culo de cala en cala con su mano pegada a él."

Y aquí sigo, como una cría de cuclillas, y me prometo que me comportaré como tal. Que volveré a confiar, como confían los niños cuando sus padres les arropan la noche de Reyes, como confían los perros de sus dueños. Que dejaré de tener miedo de mí misma, y me ayudaré a recomponer con la saliva tan peculiar que tiene el invierno, todos los pedazos de los sueños requebrajados. 

Y me respaldo, a mí misma, hasta que cumpla los 20, para cerrar la segunda década de mi libro (y empezar la tercera) dejando de sobrevivir, 
y comenzando a vivir.