Y ahora empiezo a preguntarme por qué soy la chica a la que coges de la mano en un paso de cebra, la que presentas a tu familia, la que te follas en cualquier portal y cuidas por las mañanas en tu cocina. A la que preparas lo único que sabes cocinar. La chica de la que hablas a tus amigos y les dices lo increíble que es, lo guapa que está cuando llega de la calle y se pone esa camiseta ancha tuya que tanto le gusta. Aquella a la que miras como si fuera una niña y a la que amas como a una mujer.
Debería empezar a preguntarme por qué me coges de la cadera en medio del paseo marítimo como si fuera tu mayor tesoro robado. Por qué me mandas mensajes a las 4 de mañana antes de ir a dormir, y me pides que sonría. No porque esté más o menos guapa, sino porque así me haces la vida menos hija de puta. Debería empezar a preguntarme, también, por qué resuelves la ecuación que traigo entre caderas (que mi enunciado es muy simple y la solución son unas cuantas caricias de más)
Y puede ser, simplemente, que haya encontrado
al que trae la primavera en los ojos
el verano entre las piernas
invierno en sus palabras
y otoño en las pestañas.
Aquel con el que valdría la pena gastar las seis vidas que me quedan.