A lo largo de la vida nos
proponemos tantas cosas que a veces perder la cuenta es lo más sensato que
tenemos entre manos. Nos proponemos llevar el pelo suelto y las uñas largas, la
mirada alta y los miedos al aire, por si un día, de casualidad, algún dios se
apiada de nosotros y aparece nuestra media naranja. Nuestra alma gemela.
Yo, alguna vez, pensé que tal vez
ya nunca, nadie, que solo tenía que hacerme la idea. Pero entonces un día, la
vida me enseñó que cuanto menos, más. Que cuanto menos lo buscas, más lo
encuentras. Y lo encuentras en quien menos te imaginas.
Casi metro setenta y no sé
cuantos kilos de incondicionalidad. Ojos café. Cintura de avispa y caderas de
infarto. Mi media naranja. Mi otra mitad. Mi alma gemela. Mi mejor amiga. Con
la que no necesito subtítulos. Con la que salir a la calle por cualquier
ciudad, a cualquier hora y con cualquier atuendo es una aventura. Qué ternura
tener a alguien que no te juzga a pesar de las mayores putadas y de los mayores
errores que puedas cometer. Y por momentos, no es que la quiera con locura, es
que comparto con ella hasta los pensamientos que no digo pero que ella lee en
mí.
Eres lo que pensé que jamás iba a
merecer, así que ya sabes, llámame. Llámame si tienes ganas de reír, llorar,
gritar o callar. Llámame y dejaré lo que esté haciendo, sea por la mañana
temprano o de madrugada si no puedes dormir. Llámame y bailamos. Llámame y
cantamos. Llámame y nos perdemos. Llámame y no te olvides, de que sería capaz
de acompañarte a la Luna para hacer juntas, algo que solas no nos atreveríamos
a hacer. Llámame y hazme sentir de nuevo orgullosa de la hermana que tengo.
Llámame y te lo repetiré: que sin ti, yo ya no soy yo.
Feliz mayoría de edad
internacional. Ya no hay marcha atrás. Nuestro pisito compartido nos está
esperando. Tú eliges la ciudad. Te quiero con locura.