25.7.16

No será peor de lo que era. Contigo, solo es mejor.

A lo largo de la vida nos proponemos tantas cosas que a veces perder la cuenta es lo más sensato que tenemos entre manos. Nos proponemos llevar el pelo suelto y las uñas largas, la mirada alta y los miedos al aire, por si un día, de casualidad, algún dios se apiada de nosotros y aparece nuestra media naranja. Nuestra alma gemela.

Yo, alguna vez, pensé que tal vez ya nunca, nadie, que solo tenía que hacerme la idea. Pero entonces un día, la vida me enseñó que cuanto menos, más. Que cuanto menos lo buscas, más lo encuentras. Y lo encuentras en quien menos te imaginas.

Casi metro setenta y no sé cuantos kilos de incondicionalidad. Ojos café. Cintura de avispa y caderas de infarto. Mi media naranja. Mi otra mitad. Mi alma gemela. Mi mejor amiga. Con la que no necesito subtítulos. Con la que salir a la calle por cualquier ciudad, a cualquier hora y con cualquier atuendo es una aventura. Qué ternura tener a alguien que no te juzga a pesar de las mayores putadas y de los mayores errores que puedas cometer. Y por momentos, no es que la quiera con locura, es que comparto con ella hasta los pensamientos que no digo pero que ella lee en mí.

Eres lo que pensé que jamás iba a merecer, así que ya sabes, llámame. Llámame si tienes ganas de reír, llorar, gritar o callar. Llámame y dejaré lo que esté haciendo, sea por la mañana temprano o de madrugada si no puedes dormir. Llámame y bailamos. Llámame y cantamos. Llámame y nos perdemos. Llámame y no te olvides, de que sería capaz de acompañarte a la Luna para hacer juntas, algo que solas no nos atreveríamos a hacer. Llámame y hazme sentir de nuevo orgullosa de la hermana que tengo. Llámame y te lo repetiré: que sin ti, yo ya no soy yo.


Feliz mayoría de edad internacional. Ya no hay marcha atrás. Nuestro pisito compartido nos está esperando. Tú eliges la ciudad. Te quiero con locura. 

8.6.16

Declaración de intenciones.

Los seres humanos tendemos a ir por la vida como seres sabios e inteligentes, como poseedores de un don que la vida nos ha dado y que tenemos más que merecido. Hemos conquistado el mundo. Los seis contienes que hemos descubierto, los océanos y los mares que nos rodean, e incluso queremos conquistar el espacio. Queremos que todo sea nuestro a toda costa, cueste lo que cueste. En el amor y en la guerra, todo vale. El fin justifica los miedos. Sí, los miedos. Y es que somos unos egocéntricos, y supongo que ese es el precio que tenemos que pagar por tener lo que tenemos.

No hemos tenido suficiente con conquistar lo que la naturaleza nos da que encima también queremos conquistarnos los unos a los otros. Y no nos parece cruel, nos parece romántico. Nos encanta que alguien "se lo curre" para conquistarnos. ¿No es muy parecido a lo que hacen con la ropa? La customizan y la preparan al más mínimo detalle para vendértela. ¿Nos estamos dejando comprar? Esto puede parecer muy exagerado, muy catastrofista o muy despechado, pero realmente me lo pregunto. ¿Somos simples almas que se pasan la vida comprándose unas a otras?

El caso es que a todos nos encanta ese momento en el estamos intentando conseguir la atención de alguien, o cuando alguien está intentando buscar tu atención. Es eso, nos estamos invadiendo, como Colón hizo con América. Nos estamos conquistando. Nos estamos perteneciendo. En la escritura romántica eso es lo más maravilloso que a la protagonista (que es fea y un desastre al principio pero preciosa y una princesa al final) le puede pasar. ¿Pero y en la vida real? Por mucho que te conquisten no vas a dejar de tener ese grano en el tabique de la nariz o vas a dejar de tener celulitis en tu enorme culo. Cuando le pertenecemos a alguien creemos que esa persona nos va a hacer mejor, que con ella estamos mejor que con nadie, y por supuesto, que es indispensable en nuestra vida. Pero la realidad es que cuando alguien siente que te ha conquistado, deja de hacerlo, y sólo te moldea en base a sus preferencias personales (normalmente sexuales).

Cuando te crees sumisa a alguien, te conviertes en la sombra de unas decisiones que no son las tuyas, de unas palabras que no salen de tu boca y de unas acciones que no componen tu vida. Terminas siendo arrastrada por alguien que ya no tiene interés  alguno en conquistarte, porque ya lo ha hecho. Esto es como el calentamiento global. Al principio el planeta era verde y precioso, los animales vivían libres y la vegetación crecía a sus anchas por donde quería. Los mares y océanos estaba desbordantes y las nubes eran tan blancas que reflejaban la luz. Pero llegaron nuestras ansias de poder y de superación y construimos ciudades, presas, barcos y coches que desprenden más petróleo que cualquier tierra rica del planeta. Y lo mismo hemos hecho (y estamos haciéndolo) con las relaciones interpersonales. Hemos puesto ticks celestes a las conversaciones; puertas, ventanas y candados a los pensamientos; y propietarios a los corazones.

Pensándolo bien, no merece la pena ser la dueña de nadie y mucho menos ser el objeto de nadie (y no hablo de objeto por ser utilizado o "mal-utilizado", lo digo por asemejarse a la ropa de antes). El amor es libre, la amistad es libre, el pensamiento es libre. La incondicional es sólo una habilidad humana que muy pocos poseen, y que muchos echan en cara. Y la humildad es eso que en la humanidad escasea y que tanta falta hace.

No te creas el dueño de los pensamientos de nadie o el dueño de las acciones de nadie, porque solamente uno mismo sabe por lo que está pasando, y solamente uno mismo puede decidir cómo pasarlo.

14.4.16

Recuerdo.

Recuerdo ir caminando por aquellos pasillos. Recuerdo que a ratos el sol acariciaba las ventanas, a ratos las nubes enfriaban el suelo hasta hacerme temblar. Pasamos por una de las puertas más grandes de ese lugar, miré hacia donde una voz grave pero aterciopelada me llamaba la atención. Y me crucé con su mirada. Una mirada marrón, llena de cafés templados, una mirada que se te clava hasta donde dejes que que te clave. Que te ancle. Y él me toqueteó entera en las milésimas de segundo que nuestras pupilas pasearon cogidas de la mano.

Recuerdo haber pestañeado. Y sin quererlo saboreé la saliva de sus labios al morderme los míos. Los pulmones se llenaron del aroma que se esconde entre las grietas de sus labios. Moví los dedos delicadamente acariciando al aire, pero mis cinco sentidos le estaban acariciando el pelo mientras sus manos se escabullían entre mi blusa y mi piel. Y sin tentarlo ni provocarlo, cerré los ojos cuando el sol calentaba el cristal, pero a mi piel la calentaba el agua caliente de una ducha a la hora exacta en la que no hay ni un ruido en el edificio. Sentía como las gotas de agua resbalaban desde el nacimiento de mi pelo hasta mis pestañas y se precipitaban, algunas contra mis pechos, otras caían silenciosamente al suelo de la ducha. Y de repente, dos focos fríos se aferraban a mis caderas, eran sus dos manos llevándome hasta él, hasta su cuerpo desnudo, hasta donde no hubiera nada que nos separase. 

Y el pecho se me llenó de emoción al verlo llegas con esa sonrisa de ganas, con esas sonrisa que sabe a sexo duro y amor del sucio si la beso. Y le besé cerrando los puños en medio de aquel pasillo. Y llené los pulmones de ese desodorante que se echaba después de ducharse a media tarde, y me mordí los labios a la par que mordía los suyos, y ese cosquilleo de cuando dos salivas bailan en una boca mientras dos cuerpos se bailan sin ropa.

Recuerdo haber pestañeado y mirar atrás, y allí estaba él, manteniendo la mirada sin saber que yo ya le había hecho llegar al orgasmo en los tres pestañeos que no dio.