¿Hacer el amor? Despeina. ¿Reírse a carcajadas? Despeina. ¿Un parque de atracciones? Despeina. ¿Correr y saltar? Despeina. ¿Bañarse en el mar? Despeina. ¿Abrazar? Despeina. ¿Besar? Despeina.
Pero.. ¿y vivir? ¿Vivir despeina? Eso tan solo depende de algo, de ti. Depende de si miras a la vida a los ojos, o sin embargo prefieres agachar la cabeza.
Últimamente he aprendido que hay que mirar a los ojos de la vida, enfrentar siempre con una sonrisa los problemas, y mantener de música de fondo el qué dirán, como cuando tienes alguna canción a todo volumen pero no te paras a escuchar la letra. Solo escuchas la melodía, y con toda la motivación que te proporciona, coges impulso y vas y haces lo que ellos mismo catalogaban como imposible. Y es que, escuchar música también despeina, bailar, dejarse llevar, sentir y no pensar.
Si te das cuenta, los momentos más intensos son aquellos que no se planean. Párate a pensar ¿por qué a la gente le gustan tanto las sorpresas? A mí me encantan las sorpresas. Porque también se deshacen, te despeinan y te da igual. Lloras, das saltos, abrazas, besas
¿Y la magnífica sensación del viento contra tu cara? Eso también despeina. Es la mejor reflexión del mundo. Un soplido que se lleva las dudas, las preguntas sin respuestas, los problemas y las malas sensaciones. Solo queda una bocanada de aire fresco en tus pulmones, haciendo que tu sangre fluya en las venas como si de tranquilidad se tratase, y es en ese momento, justo cuando cierras los ojos y respiras, cuando sabes que todo va a salir bien, que pase lo que pase, es ley de vida ser feliz.
Hay infinitos ejemplos de por qué cuando la vida te despeina es sinónimo de felicidad, pero desde que te das cuenta de uno de ellos, desde que vives un momento así, no quieres volver a peinarte, solo quieres que el viento siga soplando y que la cama siga deshecha. Por ello, cuando por seguir las normas de esta absurda sociedad arreglo mi cama por las mañanas, ya pienso en el momento en el que me voy a tirar en ella, edredón aún puesto, y me reiré, me reiré hasta que termine con lágrimas en los ojos de la plenitud. Por ello, ya estoy deseando que llegue alguien que con las mismas ganas de vivir que yo, ría conmigo hasta que esas teóricas mariposas en el estómago, se conviertan en elefantes.